De la obesidad infantil y la incultura alimentaria

Tasas de obesidad infantil en 2010

Que si la dieta mediterránea para arriba y para abajo...nadie pensaría a priori que los países europeos más afectados por la obesidad en sus generaciones más jóvenes no son Francia, Alemania, Reino Unido o los países nórdicos sino precisamente esos países mediterráneos llamados España, Italia, Malta...además de Portugal.

De nada sirve la disponibilidad de vegetales y pescados si damos a nuestros niños productos llenos de trigo, azúcar y aceites vegetales, una auténtica bomba de relojería. Un problema que casi inevitablemente se agrava con la crisis presente en tanto aquéllos son los productos más baratos. No obstante, me niego a pensar y creer que un plato de judías verdes con pollo o cualquier pescado sea un producto para altas rentas. Desde luego que no. Pero en parte la culpa no la tenemos por nuestros bolsillos, sino por nuestros cerebros que hemos acostumbrado (sobre todo en los niños) a los carbohidratos y grasas industriales de los que, cual adictos, no sabemos prescindir. 

Pensamos por desgracia en ese plato de judías verdes para un niño como un calvario a la mesa para que lo coma, y sin embargo vemos una pizza como una suerte de Prozac que nos libere de un niño entregado por entero a su plato de harina. Y aunque sea inconsciente, éste pensamiento está latente en muchas escenas familiares. Nos cuesta, o les cuesta a los padres, asumir los rigores de la educación alimentaria. Como si lo relevante sea dedicar esfuerzo a que aprendan conocimientos o tengan modales de trato social. Pero, ¿acaso los alimentos no esconden un profundo conocimiento tras de sí, una cultura e historia, un trasfondo nutricional y científico e, incluso, no son los alimentos y la comida parte ineludible de nuestra vida social?

Comer, al menos tradicionalmente donde nos sentábamos a la mesa y le dedicábamos tiempo y esfuerzo a nuestros platos y su degustación, es un acto social. Y uno bastante importante. 

Gran parte de la catástrofe alimentaria actual es culpa nuestra, pues somos presa aún más fácil de una industria alimentaria que -ella sí- nos reeducará a su antojo en tanto hemos perdido nuestras tradiciones. Innovar y avanzar siempre es bueno, pero hacer tabula rasa de todo nuestro conocimiento y cultura adquiridas es el mejor modo de generar -como diría Durkheim- anomia social, el hombre nuevo que idearon las lobotomizaciones ideológicas totalitarias, sin libertad ni responsabilidad y hecho el hombre entonces simple eslabón de transmisión de una cadena de ordeno y mando que hoy también representan tantos actores de la industria alimentaria a golpe y martillo de marketing bombardeado estratégicamente con el amparo de las autoridades políticas y burocráticas y su paraguas llamado 'pirámde oficial alta en carbohidratos y baja en grasas' o del ' harás de la pizza, la pasta y el pan la base de tu dieta'. 

En la religión pagana de la política se necesita -ya lo decían los romanos- para comprar el silencio acomodaticio del pueblo y nunca mejor expresado, dos cosas: pan y circo. Ni que decir tiene que pocas cosas más que el pan lo tenemos en sobreabundancia como caído del cielo. Por todo lo demás, todo este panorama entretejido entre industrias (no olvidemos la farmacológica) al calor de los poderes políticos bien podría ser denominado de circo. Si no fuera como es bien real.