De las preguntas de la vida

Entre todos los dramáticos que se producen cada día, hay sucesos que te llegan particularmente por encima de los demás. Es el caso para mí del súbito fallecimiento de Mario Biondo a los 11 meses de casado con la conocida presentadora televisiva Raquel Sánchez Silva. Y te llegan porque se produce una empatía, una remembranza que para mí es aquí la del dolor por desamor. Porque no es sólo una pérdida, sino una pérdida de un amor plenamente vibrante, en el que el tiempo aún no ha dado tregua para hacerlo rutina. Y en la que el objeto de amor se va, y lo hace para siempre (en este caso sin determinar aún bien si fue por decisión propia de quien se fue). Aunque el que consideraba el amor de mi vida no se fue literalmente de ella, para mí sí lo hizo pues se fue de la mía, de mi vida. Y de hecho con el tiempo la mejor descripción que pude llegar a encontrar de mi sensación de dolor y abondo fue la equiparación con el fallecimiento. Nunca llegué a creer que un dolor emocional podía revelarse incluso severamente físico en mí hasta aquel entonces. Si bien lo llegué a superar, he de reconocer que esta noticia llevó mi mente en estas últimas horas a contemplar de nuevo el precipicio por el que hace unos años creí caer. Probablemente estas líneas sean, simple pero profundamente, un desahogo de sentimientos -tan hondos como lacerantes cuando inesperadamente ahora regresan- hechos palabras arrojadas no ya a este blog, sino al mundo exterior en general, a modo de purgatorio.

Dicen que la vida es lo que te va sucediendo mientras estás haciendo otros planes. Pero hay veces que lo que el destino depara está escrito con una tinta tan negra que acaba como el cólera con cualquier plan posible.

¿Hasta dónde somos las personas capaces de soportar y aguantar sin sucumbir? ¿Todas las heridas pueden cicatrizar o podemos seguir viviendo con un goteo de sangre constante? Preguntas cuyas respuestas tenemos tantas veces que improvisar, que nos hacen seguir, que nos hacen parar. Preguntas para las que la Psicología nos dará muchas posibles respuestas, habitualmente para intentar encajarnos en ellas con tal de poder hacer la vida más vivible.

¿Puede la subjetividad estancarnos en una irremediable amargura o bien mantenernos al máximo posible en una alegría perdurable? Cuando la vida se torna a veces objetiva y trágicamente injusta, ¿cómo encontramos los culpables? Es más, ¿hay culpables? Muchas veces la tortura de no encontrarlos acaba en sancionarnos a nosotros mismos e inmolarnos moralmente en el altar de la desdicha. Otras, puede convertirse en un calvario de búsqueda sin fin. Y, habitualmente, sólo encontramos paz y sosiego cuando en tales casos nuestra sed de justicia sin verdugos aparentes se apaga y olvida so pena de volver nuestro drama en locura.

Puedo estar de acuerdo en que los dramas y tragedias, cuando se superan, te hacen más fuerte. Pero también el hecho de la desazón experimentada dispara en el futuro más rápido las alarmas ante el temor de padecerla de nuevo. La fortaleza y el miedo no son sino dos caras de la moneda de la condición humana, pero ¿podemos retar al destino con la confianza de que la moneda caerá del lado correcto?

Las respuestas por necesidad debe cada uno irlas escribiendo sobre el mismo papel en el que la vida nos interpela. Sólo puedo desear que Raquel pueda encontrar las suyas, más pronto que tarde, y sean lo más reconfortantes posibles.

Sirvan además, si cabe, estas líneas de homenaje a quienes crudamente sufren y recordatorio de que prácticamente nada es insuperable.