Robert Atkins, un rebelde con causa

Si hablamos de Robert Atkins, pensamos en dieta baja en carbohidratos, mucha proteína y grasa. Podría llamársele con honor poco menos que el rey de los anticarbohidratos si tenemos en cuenta sus índices de popularidad. Si hablamos de Atkins, también, la polémica está servida. Es de esas personas que a nadie, en este caso en el campo dietético, deja indiferente. Su fulgurante aparición en escena la hizo con un libro que marcó un auténtico hito en niveles de ventas. Fue exactamente en 1972 con su Atkins' Diet Revolution. Como uno podría imaginar, y estará en lo cierto, eso de restringir carbohidratos como cura contra el sobrepeso no fue una ocurrencia repentina ni fruto de una inspiración revelada para Atkins. En realidad no hizo mucho más que poner en práctica aquello que otros menos célebres que le precedieron recomendaban. Sepamos más, y mejor, sobre él. 

Atkins Diet Revolution no eligió una muy buena época para ver la luz. O quizás eligió la mejor. En 1972 la disonancia entre la buena ciencia y las ideas diseminadas sobre cuál era la causa última del sobrepeso y la enfermedad cardiovascular -se tendió a pensar, y esto al menos nunca fue erróneo, que la causa de ambos problemas era nutricionalmente común-, corría los peores tiempos, sólo si cabe superados en vergüenza científica una década más tarde, a comienzos de los 80. En resumidas cuentas, en los años 70 ya casi nadie osaba culpar a algo en el plato que no fuera la grasa como responsable de los ataques cardíacos y la obesidad. Como llegó a reconocer unos años más tarde un científico que trabajó para el gobierno americano, cuestionar por aquel entonces el dogma contra la grasa ponía en riesgo tu credibilidad. Atkins osó hacerlo.

Si cabe irónico es el hecho de que Robert Atkins tenía formación específicamente como cardiólogo. Durante su práctica a comienzos de los 60 en Nueva York, empezó a ganar más y más kilos hasta llegar y aun superar los 100. Cómo llegó a descubrir, en busca de un remedio personal, las dietas restringidas en carbohidratos parece deberse principalmente a Alfred Pennington, un médico que a lo largo de su carrera llegó a tratar con gran éxito la obesidad en más de 700 pacientes restringiendo carbohidratos. La idea primigenia en esta cadena de influencias se remonta hasta 1919, cuando Donaldson -un médico internista de Nueva York- buscó consultando a antropólogos sobre la dieta ancestral un método para tratar a sus pacientes obesos. Con esto y con todo, Atkins, por muy sólida que fuera su ciencia -y sin duda lo era, pues en su exitoso libro basa sus argumentos en las conclusiones de prestigiosos científicos de los 60 como Ahrens y Albrink, quienes tuvieron que lidiar una dura batalla para ser oídos-, se enfrentó a una ridiculización sin cuartel. Atkins era una música tan discordante como la de Ahrens, quien en los 60 sentenció que el problema eran antes los triglicéridos que el colesterol, pero Atkins cometió un error: no huir de la fama y aun encontrarla gracias a publicaciones como Vogue. Convertirte entonces en la 'dieta de Vogue', una revista popular femenina y de moda frente a las grandes publicaciones científicas, era un blanco fácil y sencillo para desprestigiar ipso facto a Atkins.

De hecho, en 1973, aquella terrible comisión senatorial de McGovern -que acabaría publicando en 1977 los Objetivos Dietéticos para EEUU que santificaron la dieta alta en carbohidratos y casi sin grasa- vio perfectamente el desplazamiento que sufrió la teoría de los carbohidratos para encumbrar en su recta final la teoría de la grasa; Atkins y otros escépticos sobre la teoría de la grasa, como Ahrens o en aquel entonces Robert Levy, declararon en aquella comisión con más pena que gloria. En cualquiera de los casos, si Ahrens era un científico serio, Atkins no era considerado de su 'grupo'. Era otra cosa. Un charlatán. Obviamente, todos los lipofóbicos que formaban entonces legión -un buen modo de ganar  notoriedad es sumarte al pensamiento políticamente correcto del momento-, no podían soportar que Atkins tuviera popularidad, ¡y encima éxito con personas obesas! Van Itallie, acérrimo defensor de la teoría de la grasa -y que, por cierto, nunca en su vida realizó un solo estudio o ensayo con obesos- hizo de Atkins su mayor objeto de odio y desdén. Cuanto mayor la fama de éste, mayor la indignación de aquél. Itallie llegó a comparar la dieta Atkins con la de la piña, la alcachofa, el helado y todas las dietas más absurdas imaginables. Entre algún que otro personaje que declaró ante la comisión McGovern, se llegó a acusar a Atkins de peligrosas malas prácticas al recomendar consumir mantequilla o huevos como algo saludable.

Pero, ¿por qué Atkins optó por ganarse esa afrenta pública publicando un libro de 'dietas' en lugar de buscar otro tipo de publicación más científica?, ¿por qué se arriesgó a ser profesionalmente excomulgado en un mundo donde decir que los carbohidratos engordan y matan era puro sacrilegio? Como llegó a confesar, porque se sentía engañado por tantos años de desinformación en la literatura científica (lo cual no era nada de extrañar si repasamos aquella ciencia dominante desde los 50). 

"Martin Luther King tuvo un sueño", decía. "Yo también tengo uno. El sueño de un mundo donde los carbohidratos refinados que nos engordan hayan sido excluidos de la dieta".