Cristina Fernández de Kirchner, tu nueva nutricionista

Todos los políticos basan su trabajo, al final, en dirigir nuestras vidas. Aunque unos más que otros. Cristina Fernández de Kirchner, que cree que Argentina es su finca particular, atesorando méritos políticos como el nombrar a un ideólogo económico cuya valía es ser su amante y seguir a un tal Carlos Marx tan célebre por preconizar ocurrencias que tanta prosperidad y libertad han extendido, opina que expropiar empresas como YPF de Repsol no es suficiente.

Un buen político dirigista, para acabar eficazmente con la osadía de pretender practicar la libertad, debe acabar expropiando las mentes. De ahí que Cristina no sólo desee controlar las haciendas particulares ajenas sino que, como vemos, empieza haciendo sus pinitos como nutricionista. 

El problema central con los políticos es que no acaban pagando directamente las consecuencias de sus errores -a diferencia del empresario que, entendiendo que sin favores ni prebendas burocráticas, enfrenta a diario el favor o el rechazo de los ciudadanos/consumidores-, que todos acabamos siendo consumidores forzosos de lo que producen los políticos nos guste o no (imaginemos que cada 4 años toda la nación votara lo que debe servirse a la mesa, incluyendo la mía claro...y ahora pensemos en todas las decisiones, bienes y servicios que decidimos instituir y producir de manera tan tan eficaz, esto es mediante el Gobierno antes que a través del proceso del mercado y sociedad libres), y que para colmo juzgamos sus programas por lo que prometen, no por lo que acaban generando.

Lo que produce y genera Cristina es una empanada mental difícil de digerir para los cerebros algo avispados. Hace poco leía a un pensador, Hoppe, que afirmaba que la democracia es la competencia por la demagogia, que literalmente hace que los políticos sean "seleccionados por su eficacia demostrada como demagogos moralmente desinhibidos". Como muestra de la semana, nuestra querida amiga Cristina de la pampa. Experta ahora en economía de la alimentación por arte de esa hipnótica religión llamada política&Gobierno. Y sin inhibición alguna, por supuesto.

Porque a comer no sé hasta qué exacto punto, pero muchos, demasiados, deberían dedicarse a otra muy saludable costumbre: pensar.