Despedida a una amiga

Estos últimos días han sido días llenos de gran concentración de ilusiones y alegría para mí por los motivos que ya todos sabéis. Sin embargo, muchas de esas líneas de entusiasmo y efusión las he escrito entre los huecos que la tristeza, impotencia o las lágrimas me han dado tregua. Mi amiga Cristina ha fallecido tras la injusta, terrible y abominable batalla  del cáncer. Podría decir, y digo, por qué siempre se tienen que ir los mejores, pero en este caso no es una frase hecha. A decir verdad, Cristina era la mejor amiga de mi madre pero, con el tiempo, consiguió serlo también mía. Paradójico podría resultar que tuviera esa sintonía recíproca con una persona cuarenta años mayor que yo, como paradójicas para muchos resultarian las ganas de continuar redobladas que le imprimió el cáncer desde el primer momento. Pero cualesquiera que fueran sus paradojas, sin duda eran únicas. Y aunque todos seamos a nuestro modo únicos, ella lo era de un modo distinto. Por si teníamos dudas, nos lo demostró estos últimos meses. Ni la más atrevida definición de valor y fuerza podría encajar, por pequeña, con la auténtica lección diaria que hemos recibido todos los que hemos estado con ella este tiempo.

Dicen que vivir es madurar, y lo creo. Pero vivir con mayúsculas resguarda una parte irreemplazable a esa adolescencia del alma capaz de descubrir lo nuevo, de anhelar el futuro, aventurarse en lo ignoto y de tesón por forjar cada día una nueva hazaña. Cristina irradiaba esa adolescencia  con 70 años. Siempre sentí que al irse dejaba una estela sobre la que aprender. Mientras ella enfermaba, su ejemplo resultaba curativo para los demás.

La vida es alegre o triste en función de cómo uno enfrente e interiorice la realidad que el mundo le depara. La más grata de las realidades puede ser funesta para quien se alimenta de agonías, como la más aciaga existencia puede tornarse estímulo para los más intrépidos en pelear con la vida. Cristina peleó, y lo hizo antes, durante y después, a lo largo de toda una vida que pude conocer relatada en primera persona. Dicen que la vida es de los valientes que, aun conscientes de los peligros, dan el salto. Y su salto fue para irse a vivir a Brasil, Chile y sobre todo Canadá durante décadas para, finalmente, volver a su natal y sentida España.

Jamás he tenido la oportunidad de pisar Canadá, o 'el Canadá' como Cristina decía. Pero sus descripciones y narraciones me han llevado, mentalmente, muchas veces allí. Siempre hablábamos de ir algún día con ella a Canadá para conocer Montreal o Quebec durante esos auténticos banquetes gastronómicos que sólo una amante y devota de la cocina como ella podía ofrecer. Y es que invitarte a su casa a comer era para ella una verdadera celebración.

Puede que ahora Cristina ya no tenga que esperar las largas horas de avión y pueda salir cada noche rumbo a Canadá para dar un beso de buenas noches a sus hijos y nietos. Y que la densa y abundante nieve de cada invierno canadiense sea el azúcar que deje caer desde su nueva cocina ahí arriba.

Las estrellas no se apagan. Simplemente se encienden en otro sitio. Cuando vaya a Canadá sé que estarás con la nieve preparada para darme en tu querido país de adopción tu bienvenida. Y miraré hacia arriba para buscar tu luz y poder decirte, sonriente, tranquilo, ya sin las lágrimas que entrecortan ahora mi escritura, una vez más: Gracias por el privilegio de poder haberte conocido.