Alimentos genéticamente erróneos

En la era de la genética bien vale decir que clínicamente vales lo que tus genes. Pero la respuesta de tus genes dependerá de los factores externos a que se vean expuestos (incluso, hoy se sabe que una mala genética puede 'superarse' aportando determinados factores, y viceversa). El sistema genético de los seres humanos evolucionó hace decenas de miles de años, y de hecho el tiempo desde la Antigüedad hasta hoy apenas ha sido un suspiro -genéticamente hablando, claro-. Es decir, nuestros genes están programados para desarrollarse dentro de unas condiciones determinadas, entre las cuales la alimentación es una de las principales. Largos milenios de exposición constante a ciertos patrones nutricionales fueron moldeando nuestros genes, que se adaptaron a ellos. Sin embargo la era de la indutrialización ha creado alimentos a los que nuestro organismo no ha estado acostumbrado. Es fundamental aquí apreciar el hecho de que en este caso el creador de tales alimentos no ha sido la naturaleza, sino la industria. En esencia, estos grupos de alimentos pueden resumirse en tres:

- Azúcar blanco y refinado, azúcar de caña, sirope de maíz, fructosa...

- Harinas blancas y refinadas, pan blanco, arroz blanco...

- Aceites vegetales de maíz, soja, girasol, grasas hidrogenadas...

Si habitualmente lees mis artículos, rápidamente habrás observado que precisamente éstos son tres pilares fundamentales que desatan la perfecta tormenta nutricional. Lo cual es lo mismo que decir una dieta procáncer, proataques cardíacos o prodiabetes. En el fondo de todo subyace la inflamación. Teniendo esto en cuenta no es extraño comprobar cómo las cifras de ataques cardíacos, cáncer o diabetes se han disparado en el último medio siglo en comparación con épocas precedentes. Entrado el siglo XXI, se estima que algo más del 50% de las calorías consumidas en Occidente proceden de estos tipos de alimentos ("Origins and evolution of the Western diet: health implications for the 21st century", American Journal of Clinical Nutrition, febrero 2005). Además, conecta perfectamente con los defensores de la dieta paleolítica cuyo ejemplo actual son múltiples tribus. Entre otros, está el caso de los kitavan en Papua Nueva Guinea, que basan su dieta en pescados, frutas, cocos y vegetales. Consumen una importante cantidad de grasas saturadas (que contiene el coco), algo terrible si seguimos los convencionalismos nutricionales. Sin embargo los kitavan apenas sufren de enfermedad cardiovascular. Sencillamente porque no consumen omega 6 ni trigo, maíz, patata o arroz blanco. Otros casos son los que descubrió el Dr Weston Price (un médico auténticamente pionero en sus estudios nutricionales) durante su viaje a África en 1935. Comprobó cómo las tribus bantu, kikuyu y wakamba, que eran eminentemente agrícolas y vegetarianas eran más débiles y enfermaban más que otras tribus vecinas que consumían carne y pescado y sobre todo parece ser que no consumían tantos carbohidratos glucémicos ("Nutrition and Physical Degeneration", Dr Weston Price, 1939). De hecho, incluso los bantu en Tanzania sufren de hipertensión de un modo comparable a los occidentales. Como puedes deducir, las teorías del Dr Price defendiendo el consumo de grasas animales (tanto omega 3 del pescado como saturadas) frente a las vegetales del tipo omega 6 no disfrutarían de gran fama. Pronto se impondría desde las autoridades sanitarias oficiales -es decir, el poder político- el falso consenso contra las grasas animales y el colesterol y a favor de los carbohidratos y el aceite vegetal. Pero lo único que consiguió tal consenso fue abocar a la población a una espiral de enfermedades. Y es que nuestros genes no son políticamente correctos.