Mejor tarde que nunca

Leyendo los últimos estudios de salud publicados en estos días, he encontrado uno cuyo titular en la prensa especializada me ha llamado bastante la atención: "Hallazgos demuestran que es la insulina, antes que los genes, lo vinculado a la obesidad". Ha sido publicado en la revista de la Public Library of Science de EEUU de abril. Lo llamativo realmente del titular es que estamos en 2009. Si a estas alturas la comunidad científica reconoce el papel preponderante de la insulina en el sobrepeso es que mucho tiempo ha estado perdiendo durante estos años, por no decir décadas. Los autores del mencionado estudio concluyeron que las diferencias en la acumulación de grasa corporal dependen básicamente del metabolismo de la insulina o del "procesamiento" de la misma por las células. Yo diría, más claramente, de la sensibilidad a la insulina. Las personas con sobrepeso, y esto no debería ser ninguna novedad, acaban insensibilizándose a la insulina, o siendo resistentes a la misma. Una de las causas centrales es un exceso de consumo de carbohidratos glucémicos que conduce a la hiperinsulinemia. Las personas con poca tolerencia a los carbohidratos no pueden permitirse actuar así. La hiperinsulinemia, además, genera lo que se denomina síndrome metabólico, una condición con altos triglicéridos, colesterol total y malo LDL y bajo colesterol bueno HDL. Si este problema no se trata con una correcta dieta antiinflamatoria, aparecerá la por desgracia común diabetes tipo II. ¿Pero qué hecho final desencadena pasar del estadio hiperinsulinémico inicial a una diabetes en toda regla? Esto se produce cuando las células beta del páncreas reducen su capacidad para producir tanta insulina como antes. ¿Y por qué empiezan a producir menos insulina? Debido a la lipotoxicidad, esto es, al exceso de ácido araquidónico. El ácido araquidónico es el generador de toda inflamación silenciosa. El producir tanta insulina durante años por comer tantos carbohidratos nos lleva a que el cuerpo fabrique ácido araquidónico; paradojas de la ciencia del cuerpo humano, ese ácido araquidónico ataca a las células beta y se estropea el buen funcionamiento de la insulina (un diabético tipo II se caracteriza por un azúcar muy alta que maneja mal su deficiente insulina). Si el ácido araquidónico es el mal mayor de la película, ¿cómo podemos combatirlo? Simplemente seguir una dieta con carbohidratos no glucémicos y consumir ácidos grasos Omega 3 revertirá ese estado de grasa tóxica y proinflamatoria. El EPA del aceite de pescado es el mejor "medicamento" para refrenar la producción de ácido araquidónico. (Es valioso también considerar otros suplementos como el ácido alfa lipoico para paliar efectos de la inflamación como el incremento del NF-kappaB y que a su vez mejoran la sensibilidad a la insulina) Y no pienses sólo en la diabetes, pues la enfermedad cardiovascular o el creciente síndrome de hígado graso no pueden explicarse correctamente sin dicha lipotoxicidad que alienta el descontrol de la insulina. Puede que hoy la mayoría de la medicina acepte lo que hace 15 años resultaba revolucionario. Cuando se trata de reconocer una verdad, mejor tarde que nunca.

- Insulin Resistance: All starts in your adipose tissue, en "Toxic Fat", Dr Barry Sears, 2008